Mil maneras de hacer arte
Mucho ha llovido desde las técnicas de manual que se adivinan en las clásicas pinturas del Prado. Como cualquier otro campo, el arte ha cambiado para adaptarse a los nuevos tiempos, realizando obras que antaño habrían sido imposibles de catalogar como tal. No son ni mejores ni peores, sino diferentes. Y, sobre todo, muy originales…
Hace unos días os mostrábamos la obra de Nick Smith, pero no es el único que tira de materias primas curiosas para crear arte. Cada vez queda menos para la primavera y Grace Ciao ya debe tener nuevos bocetos en mente. Desde luego, ésta es su estación del año favorita, ya que la ilustradora de Singapur usa pétalos de flores reales como telas para los vestidos de sus esbozos. Con la naturaleza como inspiración, crea exquisitos diseños perfectamente aptos para desfilar sobre las pasarelas.
Christian Faur también tiene en el lápiz el medio para transmitir su talento. Literalmente: puede llegar a emplear 20.000 crayones de colores para hacer retratos tridimensionales. Y es en esta simplicidad de elementos donde se esconde la complejidad de su trabajo: con las matemáticas como base, Faur ha conseguido crear un lenguaje propio gracias a las variedades tonales que ofrecen los crayones, que dispone como si fueran píxeles de una fotografía.
A partir de aquí, el lector debe estar preguntándose: ¿es posible hacer arte con cualquier tipo de material, por muy surrealista que nos parezca? Pues sí, efectivamente. Immony Men encuentra en el amarillo de los post-its el mejor aliado para sus obras hiperrealistas y Eric Daigh construye verdaderas maravillas con mucho ingenio y un montón de chinchetas.
Pero el que se lleva la palma por manejar el medio más raro (y pringoso) de todos es Maurizio Savini, que utiliza toneladas de chicle rosa para erigir figuras a gran escala. Después de 10 años con este material, la combinación de la goma de mascar con la escultura resulta electrizante, “como un cortocircuito”, ya que consigue convertir lo lúdico en algo imponente.
Finalmente, están aquellos artistas que se aprovechan de nuestros desechos, de lo que va a acabar en la basura sin remedio y sin uso. Ellos son Zac Freeman y la pareja formada por Tim Noble y Sue Webster que, de un modo muy parecido, crean obras completamente distintas. El punto de partida es el mismo: residuos no degradables. Sin embargo, es en el modus operandi en lo que distan. con las obras de Noble y Webster, se confirma la teoría de que las apariencias engañan. Si al principio podemos sentirnos estafados por una colección de escombros sin sentido, con la sensación de que algo se nos escapa, al final descubrimos que lo que les hace originales no son sus materiales sino la forma de proyectar las esculturas.
Sin ningún orden aparente, pero con toda la intención, esta pareja de artistas forma pilas de desechos que sólo toman forma cuando se les aplica un foco de luz desde un punto determinado y su sombra queda proyectada en la pared. Es entonces cuando, de papeles, latas y desechos orgánicos, podemos identificar objetos, personas e incluso retratos. Unas creaciones que transforman la abstracción inicial en un arte figurativo y reconocible.
Por su parte, después de recolectar botones, cadenas de bicicleta y botellas vacías, Zac Freeman los pega sobre un trozo de madera y les da profundidad y dimensión mediante la técnica del encaje. Gracias a ello, concibe retratos sorprendentemente realistas que quieren representar los cambios en la sociedad y el avance continuo de la tecnología.
Puede que La Mona Lisa o Las Meninas nunca pasen de moda, pero cada vez hay más espacio para nuevas técnicas, que vienen a la carrera y pisando fuerte.
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